Las claves de “El vuelo del hombre” la imperdible novela ganadora del Premio Biblioteca Breve

Seix Barral anunció que la novela de Benjamín G. Rosado “El vuelo del hombre” obtuvo el primer lugar en el Premio Biblioteca Breve. La novela estará disponible en librerías de España a partir del 12 de marzo y en Uruguay próximamente se anunciará la fecha de venta.

Sinopsis

Hay escritores que eligen serlo y otros que lo son a su pesar. Diego Marín pertenece a las dos categorías, por lo que tardará en comprender que algunas historias merecen ser contadas a cualquier precio mientras que otras imponen su silencio.

Tras la muerte de su madre, el joven filólogo se instala provisionalmente en Valparaíso para resolver su incierto porvenir académico. Allí conoce al profesor Castro, un maestro retirado que le inspira a escribir Ciudad Café, la historia de un piloto que sobrevuela arcanos paisajes en el amanecer de un mundo nuevo cargado de utopías.

El imprevisible éxito de su primera novela lo llevará a refugiarse en Nueva York. Sin embargo, durante el fascinante festín de acontecimientos y personajes que le depara la ciudad de los rascacielos, Diego no consigue avanzar más de unos cuantos folios de su segundo libro. Antes de que su nombre caiga definitivamente en el olvido, la literatura volverá a llamar a su puerta.

Su editor se pone en contacto con él para contarle un hecho extraordinario: en la selva de Colombia ha fallecido un piloto mientras volaba en su avioneta, justo en el mismo punto en que se estrellaba el protagonista de su novela. Y lo más sorprendente: el piloto fallecido se llama igual que su personaje, Lucho Ortega.

 Inmediatamente, Diego viajará hasta el lugar del accidente para investigar lo ocurrido y escribir al fin el libro que todo el mundo espera. Pero para ello tendrá que descifrar una entramada red de casualidades que tejen un destino en el que la literatura se confunde con la vida.

Las claves de “El vuelo del hombre”

Una novela de aventuras Dos grandes amores, dos desapariciones y dos libros fallidos están destinados a marcar la vida de Diego Marín. Como escritor, no consigue superar el éxito de Ciudad Café, su primera novela, la historia de un piloto que va tejiendo con sus viajes en avioneta una malla invisible hasta conectar todas las culturas latinoamericanas en una sola.

Como si de una maldición se tratase, aquel libro le ha conducido a más de una década de sequía creativa y no consigue publicar su segunda novela. Sus dos grandes amores tienen gran parte de la culpa: ellas son las responsables de que Diego haya elegido la vida por encima de la literatura y que lo haya dejado todo para seguirlas.

Primero a Sara, hasta el centro del Nueva York post 11-S, una ciudad efervescente de arte y compromiso político; después, hasta un pueblo perdido de la Amazonia, tras los pasos de Cati, una superviviente con un terrible pasado y un secreto inimaginable.

Sara será también la primera desaparición en marcar un nuevo rumbo en su vida, después de evaporarse de la noche a la mañana, sin avisar, tras años de vida en común.

La segunda será la de Lucho Ortega, un piloto que ha muerto tras estrellar su avioneta en la selva de Colombia, exactamente igual que el protagonista de la novela de Diego… El vuelo del hombre es una novela donde la trama manda. O, mejor dicho, donde las tramas mandan.

Porque a la historia de Diego se irán sumando muchas otras, que llevarán al lector a revivir algunos episodios que han marcado la última centuria (como la Exposición Universal de París de 1889, los atentados del 11-S o la crisis económica de 2008) y a asombrarse con hechos poco conocidos de personajes reales, como Leonardo da Vinci, los hermanos Wright o el aviador brasileño Alberto Santos Dumont.

Avatares, historias de amor, desapariciones y una investigación dirigida por un escritor que busca el material para su próximo libro evocan en la mente del lector títulos como La verdad sobre el caso Harry Quebert de Joël Dicker.

 «Cuando acabé de escribir El vuelo del hombre —reconoce Benjamín G. Rosado—, pensé que el género en el que mejor encajaba el manuscrito era la novela bizantina de aventuras, con su protagonista viajando en busca del amor ideal y superando una serie de pruebas.» Y como en un crescendo perfectamente controlado, la novela desemboca en un final apoteósico en el que el lector, como Diego Marín, acaba convertido en el protagonista de una investigación y desempeñando un papel crucial.

 El resultado es un preciso artefacto literario cuyas piezas encajan a la perfección, una novela que no quiere renunciar a entretener con sus juegos literarios.

 Una historia marcada por las casualidades

 y el poder de la ficción para moldear la realidad

 Al margen de los planes que Diego Marín tiene para su futuro, la vida y la literatura parecen empeñadas en marcar su destino.

Nada termina como tenía previsto: su tesis doctoral sobre el origen del lenguaje, para la cual viaja a Valparaíso con el objetivo de conocer al profesor Castro, nunca cristalizará y terminará siendo una novela que le llevará a vivir a Nueva York. Allí, todos sus propósitos para convertirse en escritor y publicar una nueva novela saltan por los aires en cuanto conoce a Sara Ketcham, una periodista con las ideas muy claras respecto al arte y la política, con la que establecerá una relación de amor que hará que la literatura de pronto no tenga la más mínima importancia frente al goce de exprimir el día a día.

Por desgracia para Diego, sus planes de pasar la vida con ella también están destinados a no cumplirse: en una sucesión de casualidades, terminará viajando a la Amazonia, en busca de inspiración para su segunda novela… que nunca terminará publicando. Como él mismo reconoce en un momento dado, «el tiempo lo cambia todo por la sencilla razón de que la vida no se detiene, no nos espera».

Estableciendo un diálogo con la gran tradición literaria de mediados del siglo xx, especialmente con autores como Paul Auster o Enrique Vila-Matas, El vuelo del hombre es una novela en la que las casualidades y el poder de la ficción para cambiar el mundo desempeñan un papel fundamental. En el fondo, Diego Marín parece un personaje de una de sus novelas. Como él mismo reconoce, «yo me dedicaba a recopilar historias con la esperanza de que alguna terminara revelando su potencial. Disfrutaba especialmente de las novelas bajo cuyo relato se extiende una malla invisible de conexiones fortuitas y de las biografías en las que la casualidad impone su ley.

Estimulaba la imaginación leyendo novelas de todos los géneros y épocas, coleccionaba recortes de prensa y apuntaba cualquier conversación interesante que escuchara por la calle o durante un trayecto en metro». Marín no solo es un escritor, es un letraherido que cree firmemente que los libros pueden moldear la realidad porque consiguen «colmar los deseos de quien encuentra en la ficción las respuestas a lo que la vida simplemente le niega». Es alguien que confía «en la literatura como sustituto de experiencias y emociones».

Que piensa que «lo que no llega a acontecer en el mundo real podría ser compensado o corregido, tarde o temprano, sobre el papel». Y que, a lo largo de las páginas de El vuelo del hombre, su existencia se verá marcada por la tensión entre vida y literatura: de la entrega absoluta a la creación hasta el descubrimiento de que sin experiencias no hay inspiración, y de ahí a la certeza de que debe elegir entre una de ellas. Como reconoce el propio Benjamín G. Rosado, «esta novela plantea permanentemente una elección, la literatura frente a la vida, que es en realidad una renuncia». O como aconseja su editor al propio Marín en la novela: «No necesitas inventar ciudades ni sacarte personajes de la chistera. Limítate a asomarte a la vida y a escuchar lo que esta te cuenta»

Al igual que en las obras de aquellos grandes maestros del siglo pasado, El vuelo del hombre juega constantemente con la aparente fidelidad de los hechos históricos que forman parte de la trama y la pasión de fantasear que tiene todo escritor.

La realidad se funde así con la más libérrima de las imaginaciones y el lector está invitado a dudar de la veracidad de lo que lee. Esto está especialmente presente cuando Diego se deleita contando hazañas y datos desconocidos de personajes históricos. ¿De verdad Da Vinci inventó la primera servilleta, harto de que los comensales se limpiaran la boca en las mangas y el mantel de la mesa? ¿Es cierto que los hermanos Wright, pioneros de la aviación, montaron un taller de imprenta que sus hijos usaron para imprimir sus propios cuentos? ¿O es todo producto de la imaginación de un narrador nada fiable divirtiéndose? Un narrador con una voz torrencial

El vuelo del hombre es una novela escrita con lenguaje sencillo pero bien dotado para crear bellísimas imágenes y tratar con toda claridad profundas reflexiones sobre materias complejas, desde el origen del hombre o la evolución del lenguaje hasta la función del arte o la tecnología en la sociedad contemporánea.

El estilo torrencial de la voz narradora, con su punto de picaresca y extravagante erudición, consigue mantener en vilo al lector desde la primera página.

Como un experto ilusionista capaz de encantar a su audiencia, Diego Marín consigue mantener toda nuestra atención para, minutos después, engañarnos con un truco de cartas inesperado. Su forma de narrar se adapta así a las necesidades de la historia en cada momento (a veces manteniendo la intriga como un autor de thrillers; otras, adoptando el tono de un ensayista que pretende divulgar conceptos complejos; muchas, adoptando giros según el personaje).

En gran medida, El vuelo del hombre es una novela sobre el lenguaje porque está en el mismo origen de su historia. Como reconoce Benjamín G. Rosado: «Una mañana, en la redacción, leí en un periódico la noticia de un grupo de investigadores británicos que había conseguido aislar el gen responsable del lenguaje. Jamás me habría planteado una novela en términos científicos, pero me pareció tremendamente sugestiva la hipótesis que planteaban, la del lenguaje primitivo de los primeros humanos como una forma de imitación del canto de los pájaros. Había un gran potencial literario en esa teoría fundacional que convertía la escritura en la más asequible forma de vuelo de la que dispuso nuestra imaginación para contar historias». Con esa premisa, Benjamín G. Rosado sabía que el lenguaje debía estar de su parte. Como explica: «Para que el libro pudiera despegar los pies del suelo debía dotar de ligereza todo lo trascendental que hay en él. De ahí la elección de un lenguaje sumamente sencillo que pretende instruir deleitando sin renunciar al más ameno entretenimiento».

 El título: un canto a la imaginación

 En un momento dado de la novela, Diego Marín profundiza en esta bellísima idea de Benjamín G. Rosado sobre la imaginación como la única forma de vuelo permitida para el hombre: «La tendencia generalizada de nuestros ancestros a dirigir la mirada hacia arriba nos ha servido para expresar deseos, aspiraciones y esperanzas. Desde el origen de los tiempos, el vuelo ha representado la última utopía, un don que no está al alcance de los hombres pero que, precisamente por eso, produce una irresistible atracción.

Antes de que las máquinas nos concedieran la faculta de elevarnos sobre nosotros mismos (más alto, más rápido, más lejos), solo la gran belleza y la plasticidad de las metáforas aladas nos permitían asomarnos a los arcanos de nuestra propia existencia. La escritura fue, siempre lo sería, la más asequible forma de vuelo de la que dispuso nuestra imaginación». La asimilación entre el acto real de volar y el de imaginar (y, por consiguiente, escribir) está presente a lo largo de El vuelo del hombre, cuyas páginas están plagadas de aviadores que aspiran a contar historias y escritores que no consiguen alzar el vuelo, como dos caras de una misma moneda.

En esta identificación del «escribir» con el «volar», la novela también se detiene en cuestiones más profundas sobre el acto literario y sus consecuencias: la autoría como hecho individual o colectivo; la impostura del yo o el plagio como tabla de salvación en el océano de las expectativas en la carrera de un escritor. Y también en todo lo que rodea la literatura como gran performance cultural: el coste del éxito, las envidias, la presión de los plazos de entrega, la escritura como sueño, pero también, en determinados momentos, como una maldición de la que no se puede escapar.

 Un elenco de personajes inolvidables El vuelo del hombre está poblado por personajes únicos, extravagantes, llenos de dobleces y secretos, liderados por Diego Marín, un narrador del que el lector no termina nunca de fiarse del todo. «El nombre del protagonista es un homenaje a Diego Marín Aguilera, un inventor apenas conocido que, en 1793, sobrevoló los cielos de un pueblo de Burgos con un armazón alado hecho de hierro, madera y plumas —explica Benjamín G. Rosado—. Aunque acabó despeñándose, y casi pierde la vida, su quijotesca hazaña no debe ser considerada un fracaso. El Diego Marín del libro no es exactamente así, pero también él termina saltando al vacío sin importarle demasiado las consecuencias. Marín es quien, a lo largo de toda la novela, confiere al texto cierta resonancia cervantina gracias a su autoconciencia literaria. Está a la vez dentro y fuera del relato. Y hasta se empeña en escapar de la ficción.

De ahí las cautelas del lector respecto a las decisiones que va tomando.» Junto a Diego se mueven otros personajes, como Lucho Ortega, el gran antagonista de esta historia, que personifica esa gesta de escritores-pilotos formada por Antoine de Saint-Exupéry, James Salter y Roald Dahl, entre muchos otros.

También está la misteriosa Sara, uno de los grandes amores de Diego y un personaje plagado de secretos que, como un fantasma, aparece y desaparece, convirtiéndose en una obsesión para él. O los huidizos Richard y Elsa Fulton, un matrimonio entregado a construir una biblioteca de ejemplares únicos que nadie ha leído.

 Mención aparte merece el profesor Castro, maestro, figura casi mágica para Diego, y artífice de una investigación sobre el gen del lenguaje cuyas disparatadas teorías tienen una resonancia, un eco, a lo largo de todo el libro. «Esta novela tiene mucho de cabalgata de sorpresas, y de juego entre lo real y lo inventado, pero el primer plano se mantiene siempre sobre los hombros de personajes muy distintos —resume Benjamín G. Rosado—.

Mi intención era que fueran, no solo ya creíbles, sino perfectamente asumibles para un lector que va dejándose sorprender por lo que estos tienen que contarle.» Esa sorpresa permanente y la curiosidad por el «qué pasará» se convierten así en los grandes motores de una historia que hace de la acumulación y la digresión un arte sin que por ello resulte inverosímil, hasta un desenlace coherente que deja al lector plenamente satisfecho.

EL AUTOR

Benjamín Rosado nació en Ávila en 1985 y estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad Complutense de Madrid, que concluyó con un posgrado en Film Studies por la Wesleyan University de Connecticut. Formó parte del equipo de redacción de El Cultural y en los últimos años se ha desempeñado como periodista freelance para varios medios (El Mundo, Esquire, Vanity Fair, Harper’s Bazaar … ), crítico de música clásica de Scherzo, gestor cultural de varios proyectos (como el ciclo de conciertos The London Music N1ghts) y profesor de Técnicas de Comunicación en la Universidad Alfonso X El Sabio. Ha ejercido también de «negro literario» y speech writer para varias editoriales e instituciones culturales. En 2021 se incorporó como miembro fundador de La Lectura a cargo de la sec ción de música. El vuelo del hombre es su primera novela.