LUCÍA SEVERINO lanza su nuevo álbum

El tiempo en una canción ya está disponible en tiendas digitales!.

Hay algo que es característico de su obra, una suerte de disociación entre lo intelectualmente “frío”
(la métrica, la rima, la búsqueda de las palabras que expresen lo que quiere decir) y una inocente desnudez (menos inocente que desnudez, sí) en los tópicos que aborda con fiereza.

La existencia, la identidad, la pertenencia. El tiempo. Lo de Lucía Severino es una combinación de razón y de tripas. Y sangre, rojo fluido.

El tiempo en una canción es, otra vez, un autógrafo.

Texto por Jorge Costigliolo

Un nuevo disco de Lucía Severino siempre es una buena noticia. Desde que comenzó a publicar sus trabajos, una década atrás, viene mostrando que sabe hacia dónde va y que conoce muy bien de dónde viene.

Hay algo que es característico de su obra, una suerte de disociación entre lo intelectualmente “frío” (la métrica, la rima, la búsqueda de las palabras que expresen lo que quiere decir) y una inocente desnudez (menos inocente que desnudez, sí) en los tópicos que aborda con fiereza. La existencia, la identidad, la pertenencia. El tiempo. Y la muerte, que no nombra pero conjura. Lucía Severino podría vivir en el mismo barrio que Borges, aunque no al lado.

En cambio, sí comparte la vereda y matea con Jaime Roos, con Fernando Cabrera, con Estela Magnone, mientras para la oreja y se apropia de una electrónica llena de agujeros por la que se cuelan los folclores: milonga, bossa, candombe. Después encapsula esos sonidos en canciones pop que pueden ser tersas, angulosas o las dos cosas a la vez.

El tiempo en una canción es, otra vez, un autógrafo.

La firma de Lucía Severino es omnipresente, aún cuando se le noten las influencias, los préstamos, los pequeños robos. Como cuando alguien se pone una pilcha de otro y le queda como pintada. Así. Y es, otra vez, un disco circular, donde no quedan piolines sueltos por donde desarmarlo. El tiempo son ocho canciones.

El orden es “Molécula”, hija legítima de la música popular uruguaya de principios de los 80 pero nacida ayer. A las palabras, vieja obsesión de Lucía Severino, las carga el Diablo cuando quiere. Por eso busca navegar en una melodía que moldea a su gusto esa tormenta tan semántica, tan esdrújula, y se detiene para ver, oler, fotografiar con la mirada, el paisaje que atrae, por amor o por espanto.

“Desistí de mí” suena a bossa, abrasilerada, casi de boite; una pista de baile repleta de trajes y sudores, vestidos cortos, tragos largos y la mirada de Emile Cioran desde detrás de la barra.

Siguiendo el orden, llega “Mi tránsito”. Tránsito se llamaba la banda que acompañaba a Lucía Severino en sus aventuras anteriores y “Mi tránsito” es un camino que va y vuelve hacia esos álbumes del pasado.
Una milonga electrónicamente fracturada con hormigas de versos caminando sobre las melodías. Una declaración de principios y lo del principio: lo de Lucía Severino es una combinación de razón y de tripas. Y sangre, rojo fluido.

En “Mi tránsito”, además, aparece el tiempo, ese gran villano que ni lento ni acelerado crece y avanza pero, sin fastidio ni resignación, la canción se abraza a ese futuro por largo y espinoso que sea.

El orden dice que, después, viene
“El tiempo en una canción”. Si Sísifo pudiera, rodaría junto a la piedra con tal de soltar. Pero Sísifo es un mito y ni Lucía Severino, ni quien escribe estas palabras ni quien las lee y escucha estas canciones lo somos. Y entonces “soltar” no es una consigna de camiseta, es una expresión de deseo, una voluntad, un algo posible. Entonces, lo que queda es una canción delicada, de rubor psicodélico, que viene a contar que somos lo que somos porque somos lo que vivimos y quisimos, y que a veces hay que dejarse ir, porque mañana no sé si será mejor, pero es mañana.

A ritmo de una percusión tribal se abre paso
“Río prendido”, un candombe deforme en el que Borges, el del mismo barrio que Lucía Severino, moja los pies en un agua siempre nueva, lee al Heráclito milenario y hace torpes malabares con el bastón tratando de seguir el ritmo.

Le queda tiempo de seguir jugando, porque “Instrimitivo” es un collage sonoro impredecible, y viene “Reflejo”, una pieza amalgamada con delay y discoteca, que busca cruzar el cauce del río prendido y responde, como una contracara (como un reflejo, vamos) a “El tiempo en una canción”. Morder el silencio y conjurar un dolor maltratado, que lo que somos, también, es lo que desquisimos y nos desquisieron.

El orden dice que, para el final, venga “Final”, jaimerroseana de título darnachaunesco, aires de pop irlandés y el paso del tiempo como leit motiv. “Final”, es por supuesto, la última canción del disco pero, atendiendo a su circularidad, puede ser también la primera.

En El tiempo en una canción, Lucía Severino intenta descubrirse nuevamente, y sorprende cuando, con todo lo que no sabía y estaba tan a la vista, entrega un disco inquietante y hermoso. Otra vez.

Ficha técnica:

Créditos

Todos los temas son compuestos en letra y música por Lucía Severino excepto «Río prendido», letra y música de Lucía Severino, música de Diego Traverso

Todos los temas son producidos por Álvaro Reyes y Lucía Severino, excepto «Río prendido» producido por Diego Traverso.

Grabado, mezclado y masterizado por Álvaro Reyes en estudio DosReis.